¿Recuerdas a Karel Kosík?

Carta de Susana a Mariela

Caracas, 24 de marzo de 1999

Ayer estaba acomodando los libros y seleccionando los que voy a donar. Ya no caben más en casa. Estando en eso, me topé con el viejo libro de Karel Kosík. Ese que jamás entendí y que nos mandaban a leer en Filosofía de la Educación. Lo iba a poner entre los libros para regalar porque jamás me gustaron las explicaciones filosóficas enredadas cuando se pueden explicar que todo el mundo entienda. Ese es un libro que se burla de mí. 
Bueno, mujer, te cuento que antes de ponerlo en la caja, lo revisé y dentro del libro había varios pedazos de nuestra vida anterior: un poema de Benedetti escrito a mano, un recorte de prensa, una fotografía y una carta.

El poema de Benedetti es uno que en aquel momento me parecía maravilloso y hoy al releerlo, no me resulta de los mejores, así que paso.

El recorte de prensa habla del Chile de Pinochet. Es un texto “neutro” una información general, sin detalles ni implicaciones, como si se tratara de un señor que sacó a pasear s su perrito esta mañana. No entiendo por qué lo guardé. También lo paso.
Me detuve en la foto. Estamos tú, Esteban, Marta y yo. Posamos junto al pizarrón de un aula de la Escuela de Educación ‒sé que es allí porque no hay ventanas‒. Tú tienes la mano levantada, haciendo una “V” con tus dedos. Esteban alza su puño izquierdo ‒como era de esperarse‒. Estamos sonrientes, parecemos felices ‒Menos mal que desde la foto no veíamos el recorte de prensa, sino hubiera sido un gran cinismo‒. ¿Qué estaríamos celebrando? No puedo recordar.  Si el año de la foto, coincide con el año del recorte del periódico debe ser 1985.

No sé si tú lo has hecho alguna vez, pero el impulso que tuve fue el de acariciar la imagen o más bien las sonrisas de la imagen. Me sentí triste.

La carta era de Esteban. Una hermosa carta de amor, aderezada de “vientos del pueblo”. Ya sabes cómo era él. Cuando terminé de leerla ya estaba enferma, intoxicada de recuerdos.

Para poder recuperar mi salud traté de llamarte, pero ni modo. Nunca te encuentro cuando te necesito. La famosa frasecita “…deje su mensaje al finalizar el tono” lo que me dio fue rabia. Casi le grito a tu aparato: “¡Qué tono, ni qué tono! ¡Mira carajita, atiende el teléfono!” pero decidí no molestarte, mejor escribirte.

Es que me dio una cosa rara. Tengo algo atascado en la garganta. Estoy sola en casa y no tengo con quién revolver detalles para reír, llorar o simplemente suspirar. En aquella época, el grupo de la Facultad era el centro del mundo ¿verdad?

Me acuerdo que renegábamos de nuestras familias como “aparatos ideológicos del Estado” y yo vivía peleando con papá. Nuestra “célula fundamental de la sociedad” éramos los cuatro de la foto y Pablo, imagino que fue él quien la tomó. Sí, gafa, tu Pablo, el loco vivía más con nosotros que con la gente de la Facultad de Ciencias. ¿Te acuerdas que decía que le gustaban más las mujeres de Educación? Era el único que tenía carro. Gracias a él… Iba a contarte un montón de cosas que se me vienen a la mente, pero ya las sabes. Pero no es lo mismo cuando uno las conversa y se ríe y dice “¿Te acuerdas cuando…? Y yo sé que te acuerdas y disfruto cuando completas los detalles y hasta de pronto surge uno que parecía olvidado y uno dice: “¡Verdad! ¡Es verdad! Esa vez Marta estaba empatada con… y entonces…”

Coño, Susana, ¿por qué te fuiste de Caracas? ¿por qué no me atiendes el teléfono? Ahora ¿cómo hago con los cuentos de la Escuela de Educación y de la universidad y de Esteban, de Pablo y de Marta y del deseo de cambiar el mundo y todas esas vainas que decíamos y hacíamos?

Lo único que se me ocurre para quitarme la fiebre, es encender la televisión y buscar una serie gringa, de esas que ellos saben hacer bien. Tal vez escoja una de muertos, asesinos en serie y policías súper honestos, que no usan la violencia para nada y son delicados y preocupados por sus víctimas.  

Dejaré que la tele se apodere de mí, me esforzaré por saber cómo atraparán al malo o descubrir quién mató a la muchacha. Veré si fue su pareja o el conserje del edificio. Concentrarme en el crimen hará que este virus de nostalgia se vaya poco a poco, que se reestablezca el equilibrio. Así, sin más, llegará la hora de cenar y finalmente la hora de dormir. De esta manera el recorte de prensa, la foto, la “V” de victoria, Esteban y Benedetti podrán irse tranquilos y dejarme en paz.

No me llames cuando leas la carta, no quiero recordar por teléfono. Cuando vengas a Caracas o yo vaya a Barquisimeto, te llevo la foto y hablamos. Vamos a emborracharnos con lo que consigamos por ahí y vamos a reírnos juntas. Pero de lejos no. Ya sabes, no es lo mismo.

Un gran abrazo, hermana. Cuídate.