Orfeo y Eurídice en los Campos Eliseos

Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la 
cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese
mismo momento vio cómo su amada se convertía en una 
columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre 
sus brazos, mientras gritaba preso de la desesperación.

Mito griego

A la muerte de Orfeo éste, como era de esperarse, fue a buscar a su amada en los Campos Eliseos.

ORFEO: ¡Eurídice! ¡Eurídice!

EURÍDICE: ¿Qué haces aquí Orfeo? No me dirás que vienes de nuevo a buscarme. No imagino tanta influencia entre los dioses.

ORFEO: Imaginé que estarías alegre de verme.

EURÍDICE: No me has respondido. ¿Qué haces aquí?

ORFEO: He muerto, fui despedazado por las bacantes.

EURÍDICE:  Lo lamento, ¿fue doloroso?

ORFEO: Para ser sincero, sólo la primera pedrada, luego me desmayé y no sé muy bien qué pasó. ¿Por qué los seres se dejarán atrapar por las pasiones destructivas? ¿Acaso no es suficiente una sola herida del puñal o la flecha, o una única frase en el momento oportuno para causar el efecto deseado? No comprendo el porqué del ensañamiento, de la insistencia, a la que todos somos propensos.

EURÍDICE: Cuando te dejé eras poeta, ahora pareces filósofo.

ORFEO:  Cuando te perdí por segunda vez se operaron en mí muchos cambios…

EURÍDICE: Eso escuché, hasta aquí llegaron rumores de tus nuevas tendencias…

ORFEO: Eurídice, no creas siempre todo lo que escuchas, sabes bien que el rumor crea nuevas verdades basadas en la mentira. Cree en lo que ves y en lo que digo. Eurídice, no te imaginas lo que sentí cuando caías al abismo por mi culpa, perdí la razón. Eso es más de lo que un hombre puede soportar. Quise lanzarme para estar junto a ti, pero los dioses me lo impidieron.

EURÍDICE: Orfeo, mi querido Orfeo, siempre el centro de todo…

ORFEO: Amada, siento un ligero tono de ironía en tu voz, ¿qué ocurre?

EURÍDICE: ¡Ah!, ahora sí veo que has cambiado, creo es la primera vez que reconoces un tono diferente al que viene de tu lira.

ORFEO: Me causas temor, ahora soy yo quien no te reconoce. Este inframundo te ha vuelto dura. ¿A qué clase de sufrimiento te has visto sometida? ¿Ha sido tan larga mi ausencia?

EURÍDICE: ¿Lo ves? Tú y tu ausencia deben ser el centro.

ORFEO: ¿Qué quieres decir?

EURÍDICE: No me reconoces porque nunca me conociste. Sólo sabes de mí lo que has querido ver, lo que tu propio deseo espera.

ORFEO: Explícate.

EURÍDICE:  Está bien. Vamos a ver, Orfeo, ¿quién soy?

ORFEO: ¿Cómo que quién eres? Eres Eurídice, mi esposa, mi amada esposa.

EURÍDICE: ¿Lo ves? Soy tu esposa, eso es lo que tú quieres que sea, pero en verdad, ¿quién soy?

ORFEO: ¿A dónde quieres llegar?

EURÍDICE: A ninguna parte, no hay punto de llegada, no es un juego. Orfeo, ¿alguna vez imaginaste nuestra vida juntos?

ORFEO: Muchas veces… Te imaginaba junto a mí en nuestro lecho, en las mañanas al despertar…

EURÍDICE: No sigas, sé cómo te imaginabas todo, déjame seguir. Soñabas con una mujer en tu lecho capaz de saciar tu sed. Una mujer dulce, atenta, que escuchara tus cantos y fuera capaz de llorar de emoción al oírlos.

ORFEO: Sí, sí, Eurídice, tú eras esa mujer, pocas pueden comprender la poesía como tú.

EURÍDICE: Orfeo, Orfeo… Te contaré mi historia. Como recuerdas, vivía en la casa de mis padres. Fui educada en las letras y en las artes, llevaba una existencia apacible y tranquila hasta que tú llegaste. Al escuchar tu lira y los poemas que salían de tu boca, conquistaste mi corazón. Te creí único, te amé. 

Te ofrecí mis versos, versos que nunca había osado descubrir a nadie; traté de que escucharas y compartir contigo las canciones que susurraban las musas a mi oído, pero sólo me mirabas, no me escuchabas.
Tus canciones, que en un primer momento me parecieron hermosas, comenzaron a sonarme huecas.

Estos pensamientos rondaban por mi mente, pero me negaba a creerlo. Todo se aclaró el día de nuestra boda. Las chispas de la antorcha de Himeneo opacaban tu voz, la situación era tensa y observé tu rostro; no olvidaré esa terrible expresión, en ese momento lo comprendí todo, un rayo atravesó mi corazón. Entendí que mi vida junto a ti sería una soledad prolongada al infinito.

ORFEO: Eurídice, ¿qué dices? Yo te amaba, vine a buscarte al Hades, hice lo que ningún hombre había hecho…

EURÍDICE: Lo que viniste a buscar al Hades no fue a tu amada, fue a tu público, tu auditorio particular.

ORFEO: Eurídice, de nuevo me asustas…

EURÍDICE: Te niegas a ver la verdad… Recuerda Orfeo, recuerda... ¿Por qué volviste la vista?

ORFEO: Necesitaba verte, estábamos cerca de la tierra, temí por ti…

EURÍDICE: Orfeo… ¿qué pasa?, recuerda… Volviste tus ojos porque no podías entender por qué me había zafado de tu mano.