Como conejos

Vivimos como conejos. Hacinados y llenos de crías. Tendrías que vivir aquí, en el barrio La Cruz para darte cuenta de qué hablo.

Hace como dos años vino un cura y fue a él a quien le oí eso por primera vez. Yo tenía como diez años cuando eso, pero se me quedó grabado.

Si vives aquí desde que naces y lo único que ves es lo que te rodea, difícilmente puedes imaginar que otra situación es posible. Llegas a pensar que el mundo limita al norte con la autopista, al sur con el barrio El Carmen, al este con la quebrada y al oeste con la cochinera. Pero cuando llega alguien de otra parte y dice «¡Pero si vivís como conejos!», entonces puedes llegar a pensar que algo no está bien, que hay otros que viven diferente. Es decir, que no viven como conejos.

La profe Lisbeth es del barrio. Le decimos profe, pero ella no estudió eso, se lo decimos por respeto. No nos sale decir «señora Lisbeth», ella es joven, no parece una señora, aunque tiene un hijo grande que vive en otro lado. Además ella nos enseña, así que todo el mundo le dice profe. Ella debe haber venido de otro lugar o no sé, porque no es igual a las demás mujeres de aquí. Ella no se queda en casa casi nunca, trabaja en el centro y siempre está limpia y arreglada con pocas cosas. Ella nos dice que no importa si uno lo que tiene es una franelita y un pantaloncito, pero hay que andar limpio. Tampoco es de las que se planchan el cabello y se maquillan, no. Ella es así como natural. Eso dice mi primo: natural.

Siempre está inventando algo que hacer y buscando que nosotras hagamos algo. En frente de su casa es donde nos enseña danza a las niñas de aquí, adentro no cabemos. 
La práctica del cuatro sí es en su salita, porque hay que estar sentado. Ella dice que no sabe de música, pero nadie toca cuatro en el barrio como lo hace la profe Lisbeth.
Después que vino aquel cura a dar la misa para celebrar los diez años de La Cruz, comencé a darme cuenta de lo distinta que era ella. No va a misa ni tiene altares en su casa. No discute con la gente sobre eso. Sólo lo menciona cuando alguien le insiste que rece o vaya a un acto religioso, simplemente dice: «Yo no creo en eso».
Hoy no pudimos practicar. La profe está enferma y nos dijeron que por un tiempo no podremos ensayar en su casa. Dentro de un mes tenemos una presentación, será la inauguración de un centro cultural en El Carmen y aunque ya el San Juan, La Burriquita y La Llora nos quedan bien, siempre hay algo que ajustar.
Los ensayos de danza son lo único que tengo para no volverme loca. Estoy cansada. Hoy es jueves y ahora que no hubo ensayo tengo rabia y pienso: «Sí, realmente vivimos como conejos».

¿Qué voy a hacer ahora con este tiempo libre? ¿Qué voy a hacer ahora los martes y jueves por la tarde? ¿A dónde voy a ir? Mamá dice que aproveche y haga otras cosas. No quiero hacer otra cosa, no voy a preparar la comida ni ayudarla a atender a Jofre, o cambiarle los pañales a Tailín. No voy a copiar las respuestas del libro de ciencias, aunque la maestra diga que soy muy inteligente pero floja.

La profe Lisbeth tiene cáncer. Nadie nos habla directamente. Nos enteramos porque escuchamos la conversación de los adultos. Ellos hablan con libertad delante de nosotros porque es como si no existiéramos, creen que no escuchamos o que somos tontos y tontas. Tal vez es porque hay tantos niños y niñas en el barrio que es como si fuéramos igual que las piedras, los bloques o la basura. Cosas que están por ahí.
La profe Lisbeth tiene cáncer. Ya la operaron y la traen mañana a su casa. Yo voy a ir a verla como sea.

Primero la abracé y luego me senté frente a su cama. Una vecina me iba a sacar, pero ella no la dejó.

—Al contrario —dijo—, dejen que me acompañe un ratito, me hace bien ver a las niñas. 
Yo sonreí. No le hablaba, sólo la miraba. Luego, en un momento que estábamos solas me dijo:

—Sujey, no te preocupes, yo me voy a poner bien. ¿Ya te dijeron lo que tengo?
Negué con la cabeza.

—Bueno, tenía un tumor en uno de mis pechos, pero ya me lo quitaron. Ahora tengo que seguir un tratamiento y cuidarme mucho. Pero vas a ver que dentro de poco voy a estar fastidiándolas otra vez.

Yo me reí. Eso era lo que quería escuchar. Y continuó:

—Pero voy a necesitar tu ayuda, no podemos abandonar a las otras niñas del grupo. La presentación en El Carmen es pronto.—¡Ajá! ¿Y cómo vamos a hacer? Lisbeth respiró hondo.
—Tú eres una de las que se sabe mejor los pasos. —¡Pero yo estoy en sexto grado!
—Y yo estudié hasta tercer año. ¿Qué tiene que ver? —Profe, ellas no me van a hacer caso.
—Vamos a hacer algo. Tú tráelas a practicar como siempre. Primero entran un momentico aquí, al cuarto, para conversar, y luego vemos. ¿Te parece?
—Ta’ bien.
Hicimos silencio. Ella cierra los ojos suavemente, respira y los vuelve abrir.
—Sé que es una responsabilidad muy grande y que ya tienes muchas en tu casa, pero confío en ti. 
Yo la abracé de nuevo. Ella confía en mí. Al final le digo: 
—Tranquila profe. Usted no se preocupe que nosotras vamos a ensayar.

Hoy fue la inauguración en El Carmen.

Todo salió de maravilla. Presentamos nuestro baile, la gente nos aplaudió bastante. La profe Lisbeth vino a vernos. Tiene el coco raspao, pero se puso un pañuelo y no se le nota mucho. Está delgada, pero sigue viéndose linda.

Ella fue quien más nos aplaudió, se veía emocionada.

Sabemos que se va a poner bien.

Ahora soy como su ayudante. Yo creo que cuando sea más grande voy a tener un grupo de danza en el barrio y voy a ser como la profe Lisbeth.