La realidad perdida

Si discutían de política, ella se alejaba, no soportaba cuando alzaban la voz y se agredían. Claro que pensaba que los hombres son como unos cachorros que necesitan luchar un poco para divertirse. Sabía que era así, pero igual le desagradaba. ¿Acaso los hombres no entienden que si en uno mismo existen miles de realidades, entonces entre dos personas diferentes deberá haber no menos de dos mil?

Ella lo sabía, sabía que existen muchas realidades, pero no estaba muy segura de cuáles le pertenecían.

 Una era la que salía en la televisión, en el anuncio de pasta de dientes donde cada miembro de la familia «quiere aliento fresco» para realizar sus actividades personales:

—papá tenía un nuevo trabajo,
—el hijo mayor una nueva novia, y 
—la pequeña un nuevo diente.

Pero ella, la mamá del anuncio, tiene una necesidad más sencilla. La de siempre: que todos los miembros de su clan luzcan perfectos. ¡Se sentía tan identificada!

Había también otras realidades que la rodeaban, como por ejemplo el color justo del guiso y la ensalada para que luzcan apetitosos, o el truco para hacer desaparecer el moho del baño, o la satisfacción que se siente cuando terminamos de lavar toda la ropa, los niños cenaron y están bañados y listos para dormir.

Existía además otra realidad, la de la cama. La de la intimidad. Esa era la más dura, o la que más le costaba comprender, la más lejana, o tal vez era de aquellas que no le pertenecían.