Mambrú

Las noticias que traigo, ¡del dolor, del dolor me caigo!
las noticias que traigo
son tristes de contar,
Do-re-mi, do-re-fa,
son tristes de contar.

Canción popular francesa

Querida mamá:

Qué bueno que ya encontraste la forma de abrir y enviar tus correos, siempre fuiste una mujer de avanzada, la tecnología nunca será un obstáculo para ti. Es muy importante para mí poder escribirte, comunicarme contigo, sé que estarás más tranquila si sabes que estoy bien.

Armando me contó que estás preocupada desde que te enteraste en lo que ando. En verdad, hubiera querido que no lo supieras, pero sabemos que es prácticamente imposible.

¿Que cómo llegué a esto? Pues, yo tampoco puedo explicármelo muy bien, sólo sé que una vez que comencé no pude, no puedo retroceder. Tal vez esta carta sirva para aclararte, para aclararme…

Lo que sí puedo decirte es que la situación es tan compleja que siento como si fuera dos personas a la vez. Verás, mi vida había sido siempre tan monótonamente «normal», sin más sorpresas que los regalos de Navidad y una que otra visita inesperada. En esa vida que llevo en casa, antes de actuar pienso primero en la familia, en lo que aprendí, en lo que me enseñaste; si es correcto, bien visto... Hay cosas que simplemente ni siquiera se me ocurre hacer.

En cambio, cuando estoy aquí con Fernando prácticamente olvido todo, sólo existe el momento (sé que suena a frase hecha, pero es así). He aprendido a arriesgarme, incluso a esconderme, a disimular, a fingir. Fernando dice que nunca se imaginó que yo fuera así. Comenta que sólo me recuerda en mi cubículo de la redacción del periódico escribiendo frente a la computadora, sin moverme ni a tomar café. Con el cabello siempre del mismo largo, silenciosa, cumpliendo exactamente mi horario tanto de entrada como de salida (nunca después de las 4:30 p.m., ya sabes, corriendo a recoger a los nños). Asegura que ni leía mis trabajos, debían tener un tono tan aburrido como yo.

Mamá, en verdad, el asunto va más allá de una actitud o un comportamiento determinado. Algo en mi interior ha cambiado de manera profunda. He aprendido a no juzgar, a escuchar. Después que pasas momentos como los que estamos viviendo, comprendes que una cosa es lo que ves con tus ojos o a través del lente de la cámara y otra distinta lo que está detrás de ese hecho. Hoy comprendo que las diferencias entre los seres humanos van desde cosas tan triviales como la forma de comer aguacate, hasta cómo te relacionas con el dios en que crees —bueno, si es que crees en alguno—. Todo es tan relativo... tan poco definitivo. En mi vida «normal» existía una sola verdad, una sola fe, un solo marido, una sola forma de ser justa.

Lo curioso o terrible es que vienen otros más vivos y, usando esas diferencias, se quieren apropiar de todo. Para ellos no hay diferencias ni fe.

Pero como te decía, mamá, aquí siento que llevo dos vidas y que éstas a su vez se complementan. No quiero renunciar a ninguna. De un lado está el riesgo, la aventura que hace que el ser, el existir, cobren otra dimensión. Pero a la vez me resulta imposible andar por el mundo con el corazón saltando, dando vueltas. Podrías tomarte el pulso hasta en la punta de los dedos. Es cierto que la tensión constante estimula, pero no se puede vivir con la idea perenne de que en un nuevo encuentro acabará todo. En algún momento debo detenerme, por eso necesito saber que existe algo más, que existe la paz, un lugar como mi casa donde todo es predeciblemente tranquilo. 

No tenía estos planes, ni siquiera había imaginado un pequeño giro en mi rutina. Sin embargo, ese día apareció Fernando en la redacción con su propuesta y se abrió el abanico. Ahora que lo pienso, tal vez en el fondo sí estaba buscando, quizás hasta se me notaba y por eso fui una candidata «fácil» y mi respuesta fue inmediata. No lo sé, el principio ya es historia.

Bueno mamá, por ahora tengo que dejarte, te escribí mientras esperaba a Fernando en un café frente al hotel, pero ya se acerca. Él es puntual, ambos sabemos que la puntualidad es esencial en esta situación. Unos minutos de más en cualquier lugar pueden levantar sospechas. A medida que se acerca me voy sintiendo nerviosa, siento miedos ¿Por qué acepté? ¿Cómo llegué aquí? Ciertamente es como dices, en eso tiene razón, es como para preguntarse por qué teniéndolo todo, vengo y me arriesgo de esta manera. ¿Será que en el fondo, dentro de mí hay algo mórbido? La tensión, el riesgo me estimulan como una droga. Así deben sentirse los que se lanzan al vacío atados a una cuerda elástica… A estas alturas mejor no profundizo más, no ayuda, es tarde. Ya me lancé.

Por suerte, Fernando es un excelente compañero, nos llevamos bien. Claro que él tiene más experiencia en estos menesteres, pero hemos logrado ser un buen equipo. Ya sabemos cómo compaginar nuestras responsabilidades y conseguir la entrega a tiempo. Lo he hablado con él, coincidimos en ese sentimiento de duplicidad. Sabemos que nuestras vidas de verdad no se encuentran en este lugar, sino en casa. Lo que presenciamos es la vida de otros, ellos no tienen alternativa. En este pueblo sólo compartimos con sus habitantes el calor, el susto por las explosiones y el trabajo como corresponsales del periódico en una terrible guerra sin sentido, sin ganadores.

Te quiero.

Un abrazo fuerte

Moraima